A mayor duración del entreno,
menor intensidad total. Parece obvio, pero ¿por qué? Porque si no, no podríamos
aguantarlo. Este sería el factor limitante más fácilmente objetivable, pero hay
más y, si cabe, más importantes.
Por ese motivo, y otros como la
experiencia o el conocimiento de la metodología de trabajo, es raro que un
deportista de élite de disciplinas de fondo cometa grandes errores en la elección
de la intensidad del entreno, ya que, al realizar grandes volúmenes de
entrenamiento, cualquier exceso en el mismo lo pagará de forma inmediata, a los
pocos días o semanas.
Sin embargo, en deportistas
aficionados, es un error que encontramos de forma mucho más habitual de lo que
podría parecer, cuesta detectarlo por uno mismo.
Como quiera que en estos últimos el
volumen total de trabajo es relativamente bajo, las consecuencias de entrenar a
intensidades excesivas (entre ellas la descrita de no poder seguir el ritmo),
van a tardar más en aparecer, y a veces se van a manifestar de una forma que no
nos permite relacionarlo fácilmente con la causa original (p.ej. una rotura
fibrilar o una contractura, dolores difusos articulares o no tan difusos, problemas
de fatiga o de insomnio, o incluso manifestaciones más preocupantes como
extrasístoles, taquicardias o respuestas
de tensión arterial inadecuadas).
Y ¿cuáles son eso motivos que no nos permiten entrenar más deprisa?