La irrupción de la pandemia por
COVID19 ha generado una dramática alteración de nuestros usos y hábitos
cotidianos y nos ha limitado enormemente nuestra capacidad de interacción y
movilidad.
Desde el minuto uno de la
irrupción de la pandemia, se nos ha puesto la zanahoria delante, con cálculos poco
realistas y cicateros respecto de la capacidad infectiva del virus, de la gravedad
de la enfermedad, la duración temporal del confinamiento, o con planteamientos
optimistas respecto de nuestra capacidad de haber “vencido” al virus o la
posible progresiva “degradación” de éste con la consiguiente pérdida de
capacidades lesivas. Por no hablar de la ya recurrente incapacidad de aprender
de nuestros errores.
Dado que se ha producido una afectación a nivel global, con gravísimas consecuencias en los ámbitos sanitario y económico, se ha puesto enorme interés (dinero, recursos humanos y materiales, y voluntad política) en el desarrollo de la vacuna frente al SARS-COV2, que ha llegado hasta nosotros en un tiempo récord, lo cual es una excelente noticia.
No obstante, en buena medida se puso
en ello toda la esperanza de terminar así con la pesadilla, aunque últimamente
ya se nos va dejando caer que no será así del todo.
Y es que, aunque a día de hoy se
sabe que la capacidad de inmunización es de al menos 8 meses (tampoco podemos
saber más porque no ha pasado más tiempo), se va ofreciendo información
respecto de la posibilidad de que las eventuales mutaciones del virus hagan que
las vacunas pierdan su capacidad al menos parcialmente.
En cualquier caso, la
inmunización, fundamental para evitar que la enfermedad se nos apodere, no
significa que tengamos una capa protectora que evite que el virus nos colonice.
Se ha demostrado, por un lado, la
posibilidad de reinfección en personas anteriormente expuestas, por otro, que
el virus, al entrar en contacto con un organismo ya vacunado, va a colonizar
las vías aéreas superiores; pero, con el paso de días y, por tanto, mediada la
actuación de nuestro sistema inmunitario, éste no va a permitir que progrese
hacia las vías respiratorias inferiores (pulmones). Eso sí, durante ese tiempo
en que se conviva con el virus, tendremos capacidad de infectar. Por no hablar
de que un porcentaje de población (5-10%) no va a reaccionar adecuadamente a la
vacuna y no estará inmunizado.
No obstante, estamos encontrando consecuencias positivas a la situación, ya que gracias a las medidad higiénicas adpotadas (en especial el uso de mascarillas, distanciameinto social y lavado de manos), se ha reducido drásticamente la incidencia de otras enfermedades de transmisión respiratoria y gastrointestinal.
Así que es presumible que el proceso de normalización social va se ser más largo de lo que quisiéramos, que las mascarillas han llegado para quedarse con usos que antes casi ridiculizábamos en los orientales, que los métodos de diagnóstico diferencial de posible infección (Covid/gripe/influenza) o del estado inmunitario (monitoreo del desarrollo y persistencia de anticuerpos tras la vacunación) se harán cotidianos, y que la vuelta a la normalidad normal tardará.
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